Los cambios en la importancia en el tratamiento de algunas situaciones pasan de opcionales a trascendentales gracias a impactos mundiales con consecuencias contundentes. Ya sucedió con las medidas de seguridad en los aeropuertos tras los atentados del 11S y también ocurrirá con la higiene tras la crisis del coronavirus.
La OMS declaró el COVID-19 pandemia global a principios de marzo y, desde entonces, la infección no ha hecho más que extenderse por el planeta de forma descontrolada, siendo el confinamiento y la desinfección las únicas medidas de contención garantizadas a la espera de una vacuna que aún podría tardar varios meses en completarse con éxito.
De este modo, la desinfección pasará a formar parte indispensable en los protocolos naturales, y diarios, de cualquier empresa privada, servicio público o, incluso, viviendas particulares. Dicho de otro modo, la higienización, desinfección y esterilización serán el pan nuestro de cada día, mientras dure la propagación del virus y, naturalmente, después de que este se haya controlado.
Por tanto, las empresas de desinfección del coronavirus, que ya están viendo incrementados sus servicios en más de un 40%, continuarán siendo claves para evitar que futuras pandemias que pudieran volver a poner en jaque la estabilidad sanitaria y económica de un país.
El coronavirus, cuyos efectos están siendo inéditos, ha puesto el foco en la importancia de la higiene, no solo en centros de riesgo como hospitales o centros públicos, sino en todos los lugares comunes, desde hogares o comercios hasta plazas, calles o vehículos.
La propagación de un virus tan infeccioso como el COVID-19, que puede sobrevivir 24h en picaportes, teclados, ratones, barras de metro, teléfonos móviles o cartón; varias horas en cobre y aerosoles; y hasta tres días en plástico o acero inoxidable, obliga, y obligará, a que la desinfección sea tomada como una norma general y no solo particular en los próximos años.
